(Ensayo escrito para la mesa redonda "Jess Franco: Una historia de horror y erotismo en 200 películas" que compartí con Andrés Guevara y Antonio Renteo dentro del 2º Festival de Cine de Terror Europeo de Murcia. Lista de Youtube con películas y docus, aquí.)
- Jess Franco siempre ha estado mal visto por el público medio y siempre
lo estará, cosa que a él le jodió siempre porque su cine estaba destinado, más
que ningún otro, a las masas. Aunque no siempre fue así. Los 60 fue su década
gloriosa, donde combinó la soterrada crítica política de “Rififí en la ciudad”
con el digno terror patrio de “Gritos en la Noche” o “Necronomicón”, además de
ser fichado por Orson Welles para que se encargara de dirigir la segunda unidad
en “Campanadas a Medianoche”. Digamos que para el año 1970, el nombre de Jess
Franco oscilaba entre la experimentación pop y la grandeza por asociación a
nombres importantes, aunque en cierto sector de la crítica especializada se
sospechaba que debajo de todo esto solo había cutrez inamovible. A mi juicio,
fue “El Conde Drácula” la cinta que terminó de encajonarle en el último
término.
- En 1970 Franco aún tenía un nombre respetable que le hacía atraer
figuras como la de Kinski, Lee o Lom. Repetía con el mismo productor que le
sufragó las dos últimas de la saga Fu-Manchú y supongo que el buen hombre pensó
que era un buen momento para tirarse el moco de hacer “la adaptación más fiel
de Drácula jamás hecha”. Al ver la película uno llega a la rápida conclusión de
que ni por allá pasó. Contiene algunos elementos no visto en las cintas de la
Hammer, como el bigote y el progresivo rejuvenecimiento del conde conforme
ingiere la sangre, pero en general es delirante. El mismo cartel introductorio
lo delata, fechando la publicación de la obra 50 años antes, lo cual vendría a
ser en 1920, siendo realmente publicada en 1897. Este cartel así mismo
evidencia la filosofía artística del director , el melasudismo, y advierte al
espectador de que a partir de aquí todo va a ser delirio.
-
El espectador medio está muy mal acostumbrado a asumir que cierto tipo
de narrativa audiovisual es la que “representa” a la realidad, como puede ser
la narrativa de cualquier película comercial de Hollywood, pero lo cierto es
que el cine es una lenguaje de construcción simbólica, todo él, y eso hace que
la repulsión y el aburrimiento se apodere normalmente de aquel que se aventura
en la inmensa filmografía de Franco. Enumeremos una serie de puntos, más bien
llaves, de la persona de Jesús Franco que nos darán luz sobre su grandeza.
-
1: Jess Franco es músico antes que director de cine. Concretamente,
músico de jazz. Empezó de niño con el piano y luego se especializó en trompeta
y trombón. A finales de los 40 o principios de los 50 llegó a conducir un
programa de radio incluso y por ahí pasaron orquestas de Madrid y alguna vez
toco él también. Esta afición tan agudizada por la música explicaría porqué
tantas películas suyas contienen algún tipo de escena musical (alguna tocando
él mismo, incluso), generalmente como escena de apertura y con carne de hembra
de por medio. Esta influencia, a mi juicio, va incluso más allá. La mera forma
en la que Franco se expresa en sus películas (errática, arrítmica, personal,
improvisada, innovadora a veces) parece un solo de trompeta descarnado. Su
cohesión y ritmo son inesperados, caóticos, meramente estéticos a veces o
profundamente simbólicos otras. Una película suya vista así pasa de ser una
lamentable recopilación de espasmos audiovisuales a una odisea narrativa donde
todo vale y en la cual puede saltar sobre ti una teta, un chorro de sangre o un
murciélago en cualquier momento.
-
: 2: Jess Franco era total y absolutamente voyeur. En su autobiografía
del 2004 relata cómo a los 6 años observaba junto a su hermana un cuadro de una
pareja desnuda besándose y todas las ganas de hacer pis que les daba esa
visión. Con eso se aclara mucho. En su cine, dos puntos clave evidencian su
voyeurismo. Por un lado, la relación que tenía con Lina Romay, su mujer.
Produjeron una cantidad bastante grande de películas juntos, más en la época
más porno, en la que ella podía comerse una o dos pollas, incluso a la vez,
bajo la atenta mirada y dirección de su marido. Esto denota, aparte del obvio
gusto por la observación de lo obsceno, un estilo de vida y una visión de la
misma bastante libertaria, muy avanzada para una persona nacida en el año 1930
en España. Jess era ante todo libre, a todos los niveles y es probable que una
concepción clásica de las relaciones personales le hubiera frenado a la hora de
desarrollarse como él quería. Por otro lado está el uso del zoom, tan mal visto
y condenado en su cine. Lo que aparentemente es una nulidad de recursos resulta
ser una especie de pulsión, de urgencia de fijarse aquí o allá. Es un cine
vivo, con todo lo bueno y todo lo malo.
-
El jazz y el voyeurismo son dos puntos clave desde los que uno ha de
observar la cinematografía de Jesús Franco si quiere sacarle algo de pringue.
Volvamos al punto de inflexión que supuso Drácula en su carrera. Ahora mismo,
todo lo explicado hasta aquí puede resultar una mera conjetura pajillera de un fan acérrimo que busca
justificar a su ídolo de todas la maneras posible. Se podría decir que no hay
una prueba de la existencia de un trasfondo artístico en su obra, pero sí que
existe. Es una película llamada “Cuadecuc Vampir”
-
“Cuadecuc Vampir” es una cinta experimental del director de cine,
productor y político Pere Portabella que se filmó a la par que “El Conde
Drácula”, en los mismos escenarios, con los mismos actores y casi con el mismo
equipo. Es un making-of primitivo donde, aparte de enseñar imágenes detrás de
las cámaras, se reconstruye la historia narrada por Franco de manera aún más
experimental si cabe que la producción oficial que se estaba rodando. Y cuando
ves ambas películas, cualquier prejuicio negativo hacia Jesus Franco
desaparece. ¿Cómo es posible que uno esté haciendo una película de terror cutre
y otro este rodando toda una introspección audiovisual, experimental y
visionaria? ¿Acaso no están partiendo ambos dos de los mismos elementos?, ¿No
están, en el fondo, contando la misma historia?, ¿Realmente han ido cada uno de
los directores por caminos diferentes? La realidad es que no. La realidad es
que Jesús Franco Manera, tras sus vampiras lésbicas, sus fu-manchús, su porno
extramatrimonial y sus killer barbies esconde a todo un vanguardista, un autor
por derecho propio que esconde su maestría tras los sobados tópicos del terror y
el cine negro. Los esconde, creo yo, de manera consciente. Los esconde para
quitarse de en medio a todo ese público más pendiente de tener una pose que de
sentir el cine o de llegar más allá de la pantalla. Es esto lo que le convierte
en un maestro, le pese a quien le pese.
-
En “El Conde Drácula” se concentran los citados estos elementos y
sirve perfectamente de ejemplo de lo anteriormente dicho. Además, el caótico y
disparatado (en apariencia) estilo de Franco aquí encaja mejor que nunca, pues
el mito de Drácula es una historia que contiene grandes dosis de irrealidad,
dado que el conde genera una especie de estados de hipnosis alucinatoria sobre
sus víctimas. La secuencia de los animales disecados es uno de los mejores
ejemplos. Harker y los demás son atacados por esa especie de abstracciones que
obedecen al conde mientras éste ataca por otra parte, pero Van Helsing le frena
y con ello rompe el hechizo que estaba afectando a aquellos que iba a por él. Y
cómo no, Jess nos lo muestra con un seco golpe de zoom hacia atrás.
-
Ésta solo es una de muchas. Ese licencia personal que se toma al final
de la película, pegándole fuego a Drácula y tirándolo por un barranco tiene una
fuerza metafórica potente, pues creo yo que representa en gran medida lo que el
público desea hacerle al director tras hora y media de locura. Como tal, es una
catarsis para el público y los personajes, que cansados de juegos y de seguir
un guión inexistente, directamente lo despeñan y se olvidan del asunto. El
final de “Prometheus” era algo así a todo el mundo le gustó.
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