Elena es joven, va al instituto. Elena es risueña. Su pelo corto y sus dulces vestidos de colores risueños como ella. Elena tiene amigas que la quieren mucho, con las que fuma secretamente un cigarrillo mentolado a la salida de clase. El cielo es azul, y sus nubes son caprichosas. Todavía tose un poco al principio.
Elena mira, y el azul de sus ojos es una rima libre. Sus ojos, al fin, se encuentran con los de Él. Y nace un poema hermoso en sus corazones.
A media tarde, las calles arden. Y en el patio del instituto, el azul de los ojos de Elena tiran un fuego que solo los labios de Él pueden apagar. Por primera vez.
Elena llega a casa. Elena aún relame el fuego de sus labios. Elena oye un grito de mujer en el interior de su casa, pero suena en su alma. Elena encuentra a su padre degollando a su madre con el machete de cortar caña de azúcar que trajeron de su viaje a Cuba. Su padre sostiene la cabeza. Elena siente algo un lugar que no se atrevería a confesar. Humedad. Porque el fuego solo sabe arder
El cielo se nubla. El azul se oscurece. Las rimas caen al vacío. Pero el fuego sigue.