Elena fuma porros, con nuevas amigas. Elena va de cuero. Elena besa a un chico. Y a otro. Elena toma drogas, que un día declinó. Elena se hace cortes en su bella piel de perla. Solo por ver qué pasa. Qué siente. Elena besa a una chica. Elena escucha a The Doors. Lee a Nieztsche. Media calavera pintada en su cara. Por la parte ya muerta. Por la parte por morir.
Elena siente los ojos de su madre clavados en su nuca.
Elena siente cosas. Y cuando Elena siente cosas, Elena se siente viva. Pero esas cosas se llevan su vida. Y sobre esa paradoja Elena ha construido su existencia.
Elena sabe que sintió algo raro aquel día. Lo llama placer, pero solo para generar la protección propia del sarcasmo. Elena se siente condenada a ser mala persona, así que la da igual pensar eso.
Y por eso, Elena sigue. El límite es el cielo.
Como un nazi, un actor de kabuki mítico o una señal de tráfico, Elena viste de rojo, blanco y negro.
Elena encuentra extraña la constante aparición de su madre. Nunca le habla. Solo la mira con ternura y le sonríe. Elena tiene que huir porque a Elena no le gusta recordar constantemente a su madre decapitada.
Simplemente, Elena busca vivir sin sufrir. Pero sufriendo se siente viva.
Elena, durmiendo con su respuesta. Elena, soñando con su deseo.
Elena quiere respuestas, y por eso Elena lee mucho. Vida. Muerte. Experiencia. Empirismo. Emoción. Sentido.
Un día, Elena escucha a The Doors tumbada sobre la cama. Lee a Nietzsche. Y la luz sobreviene.
“Eres una niña perdida ¿Quién eres tú?”
“El enfermo es una parásito de la sociedad. Hallándose en cierto estado es indecoro seguir viviendo”
“Creo que sabes lo que tienes que hacer”
“…exige el aplastamiento y la eliminación sin consideraciones de la vida degenerante.”
“¿Imposible? Sí, pero es la verdad.”
“No está en nuestra mano el impedir haber nacido: pero ese error podemos enmendarlo.”
“Estoy seguro de que sabes lo que tienes que hacer”
“Cuando uno se suprime a sí mismo hace la cosa más estimable que existe: con ello casi merece
vivir…”
“Eres una niña perdida. Eres una niña perdida. Estás… perdida…”
Los ojos de Elena rezuman la luz del conocimiento. La luz de la experiencia definitiva. Una luz incluso familiar. La última emoción por descubrir. La pregunta humillándose ante la respuesta.
Jim y Friedrich llevan a Elena volando a los brazos de la muerte.
Elena tiene ahora una visión. Un objetivo. Elena ya sabe cómo acabar con su problema, cumpliendo a la par con su propia forma de vivir. Elena vive por y para la experiencia. Y ha hallado la experiencia definitiva.
Elena sabe que no vale cualquier forma de quitarse la vida. Elena piensa que la muerte no es una experiencia lo bastante extrema de por sí. Elena quiere condensar en esa muerte todo lo que odia y ama. Elena quiere que sea una catarsis para con la vida que deja. Pacificar lo que queda aquí, para abrazar el más allá.
El blanco es paz. El rojo es amor. La bandera de Suiza.
El blanco del semen. El rojo de la sangre. The White Stripes.
El blanco de la luz. El rojo del dolor. Y la negra mortandad que todo lo rodea.
Adorad a Elena.
Adorad a Elena como el chamán que enlaza los dos mundos y se dispone a contestar la pregunta.
Elena, en el equilibrio del conocimiento, en el paso de hombre a Dios, elige emularle. Elena, sin mucho esfuerzo, pone al mejor hombre y la mejor mujer bajo sus deseos. Para dar vida a su muerte.
Como en su día hicieron sus padres, Elena renacerá del sexo entre ellos. Elena morirá a mano del mejor hombre, mientras satisface a la mejor mujer.
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